domingo, 24 de mayo de 2015

De MICHELE RODRIGUEZ: Despertares


      Despertares

      Hay acontecimientos que dejan huellas indelebles, experiencias que hacen de uno lo que uno es, que definen, emociones que vuelven a pesar del tiempo y las vueltas de la vida. Hay distintas percepciones para una misma realidad... Con su relato, Michèle nos induce a visualizarlo:


      Realidades infinitas que toca descubrir.

domingo, 26 de abril de 2015

Antonio Muñoz Molina

(Escritor español. Nacido en Ubeda, Jaén, el 10 de enero de 1956, es académico de número de la Real Academia Española y fue galardonado en 2013 con el premio Príncipe de Asturias de las Letras. La literatura es su afición y su trabajo, aunque no cree que sea lo más importante en la vida ni que se baste para darle sentido. Para él, el escritor continúa el oficio inmemorial de los narradores de cuentos y considera que contar y escuchar historias no es un capricho, ni una sofisticación intelectual, sino un rasgo universal de la condición humana que arranca en la primera edad de la vida.)


En su voz:
     
    "El escritor, o al menos el que a mí más me emociona, es el que no cuadra, la mujer loca en el ático, el solitario, el patito feo; también la oveja negra, el hijo pródigo, incluso el chivo expiatorio; el que dice, con una cabezonería contenida pero inamovible, como el Bartleby de Melville, o como la muy real Rosa Parks, ‘preferiría no hacerlo’ Al mismo tiempo aislado y peligrosamente visible, raras veces propenso al espíritu de grupo y a la celebración colectiva, un escritor acaba representando a veces a aquellos que no se integran, los que quedan al margen, los que desfilan con el paso cambiado, los que no van al templo o van al templo menos conveniente, los que se quedan en la cama en las fiestas nacionales, los que se niegan a actuar de acuerdo con las reglas de su fe, de su sexo, de su origen, de su patria o de su raza..."

    "Miente quien dice escribir para nadie, quien dice hacerlo para sólo su placer o suplicio. Es posible que la literatura, como ha escrito Jaime Gil de Biedma, acabe pareciéndose al vicio solitario, pero yo prefiero imaginarla como un juego y una persecución regida por la cábala de azar. Uno escribe y aguarda, uno tiende al lector su cita, su celada de palabras asiduas, minuciosamente lo inventa..."

    "La novela surge de su propia escritura..."


En su tinta:
     
    “De día y de noche iba por la ciudad buscando una mirada. Vivía nada más que para esa tarea, aunque intentara hacer otras cosas o fingiera que las hacía, solo miraba, espiaba los ojos de la gente, las caras de 1os desconocidos, de los camareros de los bares y los dependientes de las tiendas, las caras y las miradas de los detenidos en las fichas. El inspector buscaba la mirada de alguien que había visto algo demasiado monstruoso para ser suavizado o desdibujado por el olvido, unos ojos en los que tenía que perdurar algún rasgo o alguna consecuencia del crimen, unas pupilas en las que pudiera descubrirse la culpa sin vacilación, tan solo escrutándolas, igual que reconocen los médicos los signos de una enfermedad acercándoles una linterna diminuta.”
(Plenilunio



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martes, 21 de abril de 2015

Réquiem I y II


Réquiem I
                     (A Feliciano García García, doctor)

I

Todo está consumado
El silencio cuelga
del río de las bocas
se hunde la piel
en los ojos
             nadie lo oye

Muro negro
sin final ni sentido
llanto negro

(la sombra espera
crece, codicia
luego avanza sobre el
cuerpo dormido)

El silencio
permanece rotundo y cortante
Palabras sepultadas
palabras como venas
endurecidas           negras
                         todo es negro
(no hay más luz
para el que está muerto)


II

Sol
sol de todos los soles
de amarillos salvajes
de caída en tajo
sangrante
                   más tuyo que mío

¿Recuerdas?

Sol y tierra
entre los dientes
en el cabello
pegados a la piel
                     y a la lluvia


Réquiem II

El alma era huerta 
que tú levantabas
verde presencia, fortaleza
cómo te admiraba entonces
yo niño y tú gigante

No alcancé a decirlo
las palabras me quedaron
hundidas en el pozo del pecho
atravesadas en el nudo apretado
que aún tengo

Cuando me llamaron
ya te habías ido
(estabas desnudo, flaco
los ojos vacíos y tristes
en el cuerpo triste y vacío)

pero tú no estabas

No te fuiste de viejo
no te fuiste de cáncer
(el cáncer te hizo
los mandados)
no te fuiste del corazón
o del cigarro

Te fuiste de ganas

De volverte alfombra
de irte enrollando despacio
para que no te sacaran

Terco
siempre se harían las cosas
como querías

Imprudente     ocurrente

hasta para morir
lo seguiste siendo


domingo, 22 de marzo de 2015

Rosarito


      Después de la carretera, el camino continúa por terracería durante un largo trecho; luego es simple tierra apisonada, hasta volverse vereda. En ese punto se deja el automóvil y se sigue a pie. Dos horas de irse internando entre las montañas, a veces lomas, otras nada más ondulaciones, y de nuevo montañas en toda la extensión de la palabra. Hasta donde alcanza la vista todo es verde, verde brillante, como si a la floresta la hubieran tratado con zumo de limón o de naranja. El cielo, de un azul añil, se mete en los ojos, más parecido a un óleo que a un cielo verdadero.

     En cuanto aparecen en el horizonte las cinco montañas más pequeñas, muy juntas y con idénticos lomos redondos y enormes protuberancias rocosas en la cima, ya se sabe que anda uno cerca. Ahí, detrás, con el mismo nombre para pueblo y montañas, se encuentra Rosarito.
    El pueblo se ve nada más cruzar las primeras cumbres. Una imagen que recuerda las estampas de los cuentos infantiles o las acuarelas de algún artista local: casas de muñecas, con techos a dos aguas, de un rojo encendido, paredes blancas y chimeneas siempre humeantes. Junto a ellas, el infaltable corral y la parcela bien trazada.
     Más que un pueblo, Rosarito es un caserío. Veinticinco casas para ser exactos, o veinticuatro, si a la casa del alcalde se le da el nombre de alcaldía y se descuenta. Rosarito es, entonces, un pueblo de veinticuatro, o veinticinco casas, una Iglesia y una pequeña plazuela en el centro.
   Rosarito tiene ciento veinticinco pobladores. De ellos, setenta y tres son mujeres y cincuenta y dos, hombres, que, distribuidos en grupos de edad, corresponden a quince mayores de sesenta años, cincuenta adultos, entre los veinticinco y los sesenta, veintidós jóvenes, entre dieciocho y veinticuatro, y treinta y ocho niños, de cero a dieciocho años. Según los datos del último censo.
      El principal trabajo en Rosarito es el de labrador. También hay un peluquero, que hace de médico y ebanista; un sacerdote, que oficia por las mañanas y se sigue de herrero el resto del día; un boticario, que no ejerce de médico, aunque la tradición lo obligue, sino de hábil fontanero. Y el señor alcalde, que no sirve para otra cosa. Existen otros oficios, claro. Sin embargo, la narración solo tomará en cuenta a éstos, por tratarse de los directamente involucrados.
     Rosarito es un pueblo alegre y amistoso. Sin registros de robos, ni riñas, ni malos entendidos. Un pueblo feliz. Excepto por (toda historia tiene sus exceptos), y si la memoria no falla, un suceso acaecido quince años atrás, cuando una mujer muy joven, abandonó el lugar mientras todos dormían. No obstante, y en vista de que el tiempo y la extensión de este relato ocuparía algo más de seis cuartillas, nos olvidaremos de la mujer que se marchó, para iniciar nuestra historia quince años después, es decir: hoy, coincidiendo, paradoja del destino, con la llegada al pueblo de una jovencita.
     Primavera. Es mediodía. Ella entra al pueblo, seguida por la mirada inquisitiva de sus habitantes, desde su descenso del paso entre las montañas, hasta la fachada de la alcaldía. Hacía años que nadie paraba en Rosarito y la que llega es casi una niña: por su rostro, que aún las pecas no abandonan, por su cabello repartido en dos trenzas rematadas con grandes moños amarillos, y por su manera de caminar y observar los alrededores. Sonríe.
    —Soy el alcalde —se presenta aquel. Sabe suya la obligación de recibir a la recién llegada, así lo establece el protocolo.
     —Y yo la hija de Isabel Escudero.
     —Isabel Escudero —palidece el alcalde.
    —Isabel Escudero —el sacerdote-herrero suelta el mazo, por poco y encima de su propio pie.
  —Isabel Escudero —el peluquero, y médico y ebanista, desea esfumarse. Cualquier sitio, menos allí.
     —Isabel Escudero —gime el boticario.
     —Isabel Escudero —el nombre queda en el aire de aquellos que puedan recordarlo.
    Porque el alcalde no ha olvidado a su antigua asistente (y antigua novia del boticario). A pesar de los años transcurridos. Qué momentos aquellos. A puerta cerrada y con el novio convenientemente atareado al otro extremo del pueblo:
     —¿No será ésta mi hija? Me descubrirán.
    —Dios mío —murmura el sacerdote y se santigua—. Castigo divino. Estuve con una mujer; encima, de mi prójimo. Señor ¿qué acaso ésta niña...?
    —¿Por qué, por qué? Mi mujer me matará si se entera y todos en el pueblo me odiaran —el peluquero se truena los dedos—. Pero, ¿cómo haberme negado? Isabel era tan bella, tan dulce, y uno tan débil. Jamás imaginé su estado cuando se marchó… ¿Mi hija?
     —No me lo dijiste, Isabelita —enjuga sus lágrimas el boticario—. Yo tuve la culpa: por no casarme contigo te fuiste con tu vergüenza.
     —Algo pasa —piensan las mujeres, al ver el cuadro de sus maridos frente a la alcaldía. A leguas se les nota —.¿Quién es esa muchacha?
    —¿Qué hacer? —tres pensamientos al unísono—. Nadie debe enterarse. De ninguna manera.
     —Culpable —sufre el boticario mesando sus cabellos. Más, porque en quince años ha hecho familia y teme a los arranques de celos de su señora. Todavía porta en su cabeza la huella del último cacerolazo—. Culpable, culpable. Que no se entere mi mujer.
      —Desaparecerla —el lamento se cuadriplica—. Será lo mejor.
      Languidece la alegría en Rosarito.
      —La hija de Isabel —el alcalde esboza apenas una sonrisa—. Vaya, qué bien. Y qué te trae por aquí tan lejos, niña. Dime: ¿qué ha sido de tu madre?
      —¿Mi madre?
      Rosarito espera.
      —Murió.
    El silencio se convierte en el mayor de los ruidos, cuando lo arropa la incertidumbre.
      —¿Murió? —repite el sacerdote y vuelve a santiguarse.
      —Sí, en invierno. Antes de morir me dijo que viniera a este pueblo. Que aquí sabrían que hacer.
      »—Solo di quien eres. Te cuidarán, velarán por ti.
     Todos tragan saliva. La incertidumbre es ahora certeza. Claro que sabrán qué hacer. Lo que no debe es descubrirse.
     —Aunque… —La niña baja la mirada, patea una piedra, enrojece—… En realidad no era mi madre. Isabel Escudero me crió a su lado. A mi madre verdadera se la llevó una crecida del río, allá de donde soy.
     Un suspiro colectivo. Abrazos a la niña, palmaditas en la espalda, válgame el señor, mi niña, pobrecita mía. El secreto está a salvo.
      Rosarito es un pueblo alegre y amistoso.
      Un pueblo feliz.


Haruki Murakami

(Escritor japonés. Nacido en Kioto, Japón, el 12 de enero de 1949. Gran aficionado al deporte y la música, de la que destaca el jazz. Ha participado en maratones y triatlón. A su literatura se le considera postmoderna y de tintes surrealistas. Utiliza en sus escritos muchos elementos musicales.)


En su voz:
     
    "Escribir ficción es como soñar de día y poder retomar el sueño justo donde lo he dejado al día siguiente..."

    "Yo empiezo a escribir sin ninguna estructura, apenas con alguna imagen o una serie de personajes que me interesan. Así como con los lectores, no puedo esperar a dar vuelta la página para saber qué pasa con esta gente que he creado, porque no tengo idea del argumento. Simplemente dejo que la historia fluya libremente desde mi interior y me sorprendo a mí mismo. Por eso creo que la libre improvisación es llegar a la esquina sin aliento para ver qué hay al girar en ella..."

    "Para mí, el ritmo en una narración es crucial. Soy muy consciente de eso, el ritmo, el ritmo. Cuando escribo, escribo. Agarro una imagen y la hago fluir. Muchas veces lo acometo como esas largas improvisaciones de jazz que no sabes cómo acabarán..."


En su tinta:
     
    “El primer recuerdo de Tengo era de cuando tenía un año y medio. Su madre se había quitado la blusa, había desanudado el lazo de la combinación blanca y daba el pecho a un hombre que no era su padre. Un bebé yacía en una cuna; probablemente fuera Tengo. Él se veía a sí mismo en tercera persona. Aunque quizá fuera su hermano gemelo… No, no lo era. Aquél debía de ser el propio Tengo, con un año y medio de edad. Lo sabía por intuición. El bebé estaba dormido, con los ojos cerrados, y podía oírse débilmente cómo respiraba. Para Tengo, aquél era el primer recuerdo de su vida. Aquella escena de apenas diez segundos había quedado grabada con nitidez en las paredes de su mente. No había antes ni después.”
(1Q84



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sábado, 14 de marzo de 2015

Antonio Lobo Antunes

(Escritor portugués. Nacido en Lisboa, Portugal, el 1 de septiembre de 1942. Médico con especialidad en psiquiatría. Estuvo en la guerra de Angola entre 1970 y 1973, un tema recurrente en su obra. Fuerte candidato al Nobel de literatura).


En su voz:
     
    "Cada día se me hace más patente que escribir es muy difícil. Me sorprende mucho la cantidad de libros que se publican en todas partes del mundo. Las librerías están llenas y, sin embargo, hay muy pocos libros buenos. De todas formas, no hay que sacralizar este trabajo. Por mucho talento que tengas, en el caso de tenerlo, sigues siendo un hombre y tienes que serlo..."

    "La crisis está condicionando todo. Me pregunto a menudo qué oportunidades va a tener un autor con un primer libro bueno. Aunque si es un escritor va a seguir escribiendo a pesar de no publicar. La vida no tendría sentido sin la escritura. Si no es así, para qué dedicarse, es mucho esfuerzo, muchas dudas. Por ejemplo, uno escribe unas diez horas al día y cuando termina está agotado. Es muy curioso porque uno está sentado, parece que no haya esfuerzo físico..."



En su tinta:
     
    “Por mí pueden llevarse lo que quieran de esta casa, que me da igual. Pueden llevarse los muebles, a la criada, al perro, ese animal maloliente que siempre está lamiéndome las manos, siempre con el hocico en el cuenco, siempre ladrando en el mirador. Llévense a ese perro de porquería, llévense la vivienda que mi mujer heredó de su padre, llévense Benfica siempre que me dejen en paz con una baraja de cartas y una tabla para ponerlas encima. No me hace falta nada más: cuando nos quedemos sólo yo, la tabla y las cartas, estoy seguro de que me sentiré mejor.”
(La muerte de Carlos Gardel



     ¿Has leído algo de él?

... Novela Negra: "The year of the Cat"







      Grabada en los estudios "Abbey Road" y contando con Alan Parson en la producción y en algunas partes del sax que tanto la caracterizan, "The year of the Cat" es una balada emblemática influenciada por el jazz y tintes de folk, con largas secciones intrumentales donde se conjugan el cello, violines, piano, guitarra acustica y electríca distorsionada, sintetizador y saxo, que narra en segunda persona la historia de un turista que visita un mercado exótico y conoce a una mujer con la que vive una aventura amorosa. Al despertar, el día siguiente, se da cuenta que el autobus en el que viaja se ha ido y encima ha perdido hasta el boleto. La idea principal proviene de la película "Casablanca": On a morning from a Bogart movie in a country where they turn back time, you go strolling through the crowd like Peter Lorre contemplating a crime, y su ritmo permite concentrarnos para escribir (si es que no te pones a seguirla). 
      ¿La has escuchado?

domingo, 1 de marzo de 2015

De ALEXIS RAVELO: Raymond Carver: la repugnancia y la compasión



      Raymond Carver: la repugnancia y la compasión

      Así como el montaje de una obra de teatro basada en el cuento: "De qué hablamos cuando hablamos de amor" de Raymond Carver, da la pauta argumental para "Birdman", la nueva película de Alejandro González Iñárritu, el éxito y popularidad de la misma (cuatro estatuillas en la reciente ceremonia de los premios Óscar y un globo de oro) es aprovechado por Alexis Ravelo para escribir en su blog acerca del bien logrado volumen de relatos de Raymond Carver (todos sus relatos lo son), cuyo título es, precisamente, el cuento motivo de la obra que ensaya el personaje de la película, aportando además una semblanza del autor. Un excelente post.

      ¿Qué opinas?

https://alexisravelo.wordpress.com/2015/01/17/raymond-carver-la-repugnancia-y-la-compasion/ 

      ¡A leer rápido y pensar despacio!


domingo, 22 de febrero de 2015

La cuestión es... Personajes. ¿Perfectos frankensteines o a la libre?



      Mucho se ha dicho y escrito acerca de la creación de personajes: presentaciones, descripciones, que si por su nivel de intervención o importancia (principales, secundarios, estáticos, dinámicos, portavoces...), que en dependencia a la imagen que trasmiten (arquetipos, estereotipos...) o a su caracterización (planos, redondos...), siempre definiendo en forma acartonada algo tan complejo como lo es ser actor en una narración. Porque los personajes son eso precisamente: actores, seres vivos dentro de su mundo de papel (o de plasma, si nos referimos a los medios electrónicos) y no letras o descripciones. Cuando vemos a alguien en los pasillos de la oficina no decimos: allá va Lucía, esa chica guapa que anda por la vida en su rol secundario, con un estereotipo de "lista" y una caracterización plana, porque ni sube ni avanza, vistiendo su omnipresente traje sastre gris de rayas finas y tres botones, el último suelto, por cierto, y sus zapatos cerrados, de punta fina y tacones en aguja, algo despostilladas por culpa de las aceras. Tal vez diríamos: allá va Lucía, tan guapa como siempre. Tiene todo para subir en la Compañía y no lo hace ¿qué le pasa? O: Madre mía, Lucía. Está como quiere. No entiendo por qué no avanza... Y de allí se desprenderían un sinfín de pensamientos en todos los tonos y sabores. O, más bien, nos desharíamos de su imagen por completo sin darle mayores largas (recuerden: secundaria, estereotípica, plana).

      Regresando al título de la entrada, y la razón de estar aquí escribiendo, uno debe ver los personajes, sí, pero también debe olerlos, sentirlos, escucharlos, paladearlos. Los personajes deben andar por la vida con un propósito y un sentido y evolucionar. En una isla agreste y remota, solo, si no evolucionas, despídete, estás perdido. En lo blanco del papel, de la página uno a la última, si el personaje no evoluciona, despídelos, tanto el personaje como el relato están perdidos. No describas, muestra; no clarifiques, matiza. Son algunas de las indicaciones que en la mayoría de los talleres se puntualizan. Cuánta razón. A mi modo de ver, los personajes, más que irse por la libre y a toda velocidad, requieren de un armado paciente y preciso que los vuelva humanos y, ¿por qué no?, cercanos. Unos perfectos frankensteines que hagan que cualquiera al leerlos evoque: "Se parece a mi tío Juan o al vecino de al lado". "Caramba, así reaccionaría mi hermana, o mi pareja, o mi compañera de trabajo". "Soy yo, soy yo, o tú, o ellos". Unos seres emocionales, verosímiles y reactivos, y no solo palabras masticadas (aunque de las palabras hayan surgido). Para mí, los personajes merecen cariño y respeto... Y también ganarse su derecho a permanencia en los relatos con el sudor de su esfuerzo, capítulo a capítulo, o ya verán en los recortes finales. Les toca a ellos defenderse.
       Y tú ¿qué opinas?

De ANA BOLOX: ¿Cómo generar ideas para tu novela?



      ¿Dónde encuentro ideas para escribir mi novela?

      Una pregunta muy frecuente en los talleres literarios es: ¿dónde encuentro las ideas para escribir algo?, sea poesía, relato, cuento, historia, ensayo... O una novela. ¿De dónde obtengo las ideas? Se dice que de todas partes, que basta mirar por la ventana, en el entendido de que mirar = observar, no solo ver. Ana Bolox aborda la interrogante en su página y le da una vuelta de tuerca: de la estática espera al motu propio, explicándolo a la perfección en el siguiente post:

http://anabolox.com/como-generar-ideas-para-tu-novela/ 

      ¡A sembrar semillas narrativas!

sábado, 7 de febrero de 2015

La Puerta Entreabierta - Capitulo I



      No debería estar ahí. Esconderse es malo, y lo que es malo es cosa del Diablo. Mamá no se cansa de repetirlo. Cuando uno habla del Diablo de inmediato piensa en el infierno y el infierno es su mayor miedo. Más que ir a la escuela, más que encontrarse a solas con ciertos condiscípulos o los castigos en casa.

      El otro día ocurrió. Aún le duele el ojo izquierdo del lado de la nariz y no han desaparecido los arañazos en los brazos. Parecen rasguños de uno de esos pequeños dinosaurios asesinos que viera en televisión y no de las uñas tan cuidadas, tan filosas, de ella; todavía arden si los toca. No perdonó que perdiera la mochila. Menos lo que hizo, no hay excusa. Debió quedarse a soportar que lo humillaran. Debió ofrendar cada golpe recibido, cada insulto, darlos en sacrificio y no huir. ¿Cómo te atreves? Cuando la verdad está con uno no se huye, ¿qué no te lo he enseñado? Claro que se lo ha enseñado y bien; lo siente perfectamente en varias partes del cuerpo. Pero ellos eran cuatro: los niños Manjarrez y otros dos que desconoció, que de pronto salieron de una esquina y lo rodearon, empujándolo con fuerza, de uno al otro, mientras le gritaban cosas, cosas sucias, pecaminosas. Solo lo dejan en paz cuando aparece alguien. Echan a correr y él se queda componiéndose la ropa y el cabello. ¿Quién no lo ha hecho?, el niño raro del grupo, divirtámonos a sus costillas, burlémonos de su apariencia y sus modales. Sin embargo, la última vez algo pasó, algo que aumentó la ira de ellos y despertó la de ella; una reacción tan instintiva y aceptable en cualquiera... que no sea él. Decidirse a utilizar la mochila, primero de escudo, luego de arma, en contra del que tenía más cerca, fue suficiente. Sus miradas se volvieron líneas cargadas de odio. Uno lo cercó con los brazos, los demás le arrebataron la mochila dedicándose a destrozar cuanto había en ella. Después seguirían con él y entonces sabría lo que era bueno. ¿Quién te crees? A tirones se liberó del que lo sujetaba y huyó, corriendo, tropezando, levantándose y volviendo a correr. Ni siquiera se dio cuenta de que no lo perseguían, solo oía sus risas, cerca, a punto de saltarle encima. Todavía las oye en su cabeza: risas, risas, risas. ¿Cuánto durarán?
      El dolor en las manos le avisa que se hace daño y suelta la tabla de la cama que aprieta sin darse cuenta. Un cálido hormigueo en los dedos acompaña al retorno de la sangre. Con el chocolate caliente ocurre lo mismo; no obstante, el chocolate resulta agradable cuando pasa de la garganta al estómago. Esto no, esto duele. Se da vuelta para acomodarse mejor en el reducido espacio en que se encuentra y tropieza con un zapato. Más al fondo, descubre la pelota de tenis que encontrara detrás de las canchas del parque, entre su casa y la escuela, el día en que salieron de clases más temprano o no se habría atrevido a atravesarlo. ¿Me escuchas, eh? ¿Me escuchas? Nada de distracciones, derechito a casa en cuanto suene el timbre.
      Debajo de la cama el mundo es diferente y seguro. Debajo de la cama, las perspectivas cambian en cuanto asoma boca arriba por el borde de la colcha. Le gusta ver la recámara desde aquella postura. El techo se convierte en piso y los muebles están de cabeza. Es muy gracioso. Imagina que camina sin la molestia de ninguno de los objetos del suelo, que le saca la vuelta a las lámparas y al abanico, incluso brinca encima de ellos. De asomarse a las ventanas la tierra estará en lo alto y el cielo abajo. Un mundo así le encantaría. Mucho. Podría portarse mal y aun así ir al cielo. Porque las almas buenas suben, las malas bajan. Y abajo no estará el infierno. Le agrada esa visión; aunque jamás saliera de casa. Se perdería entre las nubes. Los humanos no saben volar, lo comprobó a los cinco años al saltar de una barda: un brazo roto y ocho puntos en la rodilla dieron fin a la aventura.
      Él no irá al infierno, el lugar horrible del eterno rechinar de dientes, el lugar donde las llamas nunca terminan y las almas de los pecadores se consumen, desde que recuerda se lo dicen. Vendrán por él cualquiera de estos días o noches, no importa la hora, y deberá estar preparado para cuando llegue el momento. Le aterroriza pensarlo, le paraliza. Como las figuras eternamente perseguidas por monstruos en el museo de cera. Él no es raro, aunque se lo restrieguen en la cara y crean que se ha acostumbrado. Para llegar al cielo se requieren sacrificios, los sacrificios resultan agradables a los ojos del Señor, y a él lo bendice la Gracia Divina. ¿Acaso no quieres agradarle? ¿Crecer a su vista? Con todas sus ganas. Hará lo que sea con tal de lograrlo. No debería estar ahí, escondido, debería continuar tocando puerta tras puerta, abrirlas, cumplir su cuota. Si al menos hubiera cubierto la mitad o la tercera parte; pero vendió una, solo una. Con la Biblia no se juega. Lo castigarán. Por su culpa la palabra no alcanzará más corazones ese día.
      No escuchó que se acercaran. Tampoco vio la mano que lo coge del cabello.
     —Te encontré. Ven, hablemos.
      Empieza a sudar, la sangre a golpearle las sienes. Conoce la voz. Instintivamente se aferra a aquella mano que lo arrastra fuera del refugio.
      —El Señor me ha dicho que le estás fallando.
      Claro que la conoce. Demasiado.
      


 




Pasaje de: "La puerta entreabierta" de Miguel Alberto Espinoza. Segundo lugar en el Premio Internacional Independiente en Torino, Italia, en su edición 2015. Material protegido por copyright.



viernes, 6 de febrero de 2015

La cuestión es... Escribir ¿De qué?



      He escuchado mucho acerca de la página en blanco: que si hay que afrontarla escribiendo, que si el mayor tanto por ciento de una obra es transpiración y el menor porcentaje es inspiración, que si hay que hacer ejercicios todos los días, como quien entrena el físico, para soltar la mano y producir, que si la página en blanco no existe, que lo que existe es el miedo a escribir... Es allí donde hace presencia el segundo fantasma, Muy bien, señoras y señores, ya te sentaste, ya sudaste, ya soltaste la mano y aparecen las primeras líneas... ¿De qué?... Pin... Pun... Pan... Se oculta el sol... Se escuchan los grillos... El reloj avanza, el corazón preferiría detenerse, hace frío, más café, la espalda duele, el sofá llama... ¿De qué? Nadie ha dicho que sea sencillo. ¿Cuál es el gran tema? ¿Cuál la manera de abordarlo? De lo que domines, levantan la mano por allá, De lo que esté de moda, dice una voz más acá, De cualquier cosa con tal que esté bien escrito, gritan desde las sillas de en medio, De lo que quieras con tal que deje algo... La última frase obliga a detenerse: de lo que quieras con tal que deje algo, que diga algo... Sí... Me gusta. Si se tiene una idea central, tal vez un personaje, un medio capítulo y se adereza con un comentario disparador oído a hurtadillas en una parada de autobús, en un café, en una reunión, casi se tiene todo. Así que, no queda de otra: hay que estar atentos, la parabólica a todo lo alto, que en cualquier momento salta la liebre (dicen). Entonces vivirán los personajes.

     Y a todo esto ¿cuál es tu experiencia?






      


jueves, 5 de febrero de 2015

Ojo de agua



Silencio

un río           desbocado
rompe desde tu frente
Ojo de agua

Cascada en tu cuello
manantial de manos
en la cumbre rosa de tus pechos

Salta y resuena
se detiene

Hacia el valle del vientre      lluvia
agua en murmullos
abre senderos
                a un bosque
y a un acantilado

El río se despeña y se filtra
crisol donde el agua que hierve
regresa a las entrañas

jueves, 1 de enero de 2015