domingo, 26 de abril de 2015

Antonio Muñoz Molina

(Escritor español. Nacido en Ubeda, Jaén, el 10 de enero de 1956, es académico de número de la Real Academia Española y fue galardonado en 2013 con el premio Príncipe de Asturias de las Letras. La literatura es su afición y su trabajo, aunque no cree que sea lo más importante en la vida ni que se baste para darle sentido. Para él, el escritor continúa el oficio inmemorial de los narradores de cuentos y considera que contar y escuchar historias no es un capricho, ni una sofisticación intelectual, sino un rasgo universal de la condición humana que arranca en la primera edad de la vida.)


En su voz:
     
    "El escritor, o al menos el que a mí más me emociona, es el que no cuadra, la mujer loca en el ático, el solitario, el patito feo; también la oveja negra, el hijo pródigo, incluso el chivo expiatorio; el que dice, con una cabezonería contenida pero inamovible, como el Bartleby de Melville, o como la muy real Rosa Parks, ‘preferiría no hacerlo’ Al mismo tiempo aislado y peligrosamente visible, raras veces propenso al espíritu de grupo y a la celebración colectiva, un escritor acaba representando a veces a aquellos que no se integran, los que quedan al margen, los que desfilan con el paso cambiado, los que no van al templo o van al templo menos conveniente, los que se quedan en la cama en las fiestas nacionales, los que se niegan a actuar de acuerdo con las reglas de su fe, de su sexo, de su origen, de su patria o de su raza..."

    "Miente quien dice escribir para nadie, quien dice hacerlo para sólo su placer o suplicio. Es posible que la literatura, como ha escrito Jaime Gil de Biedma, acabe pareciéndose al vicio solitario, pero yo prefiero imaginarla como un juego y una persecución regida por la cábala de azar. Uno escribe y aguarda, uno tiende al lector su cita, su celada de palabras asiduas, minuciosamente lo inventa..."

    "La novela surge de su propia escritura..."


En su tinta:
     
    “De día y de noche iba por la ciudad buscando una mirada. Vivía nada más que para esa tarea, aunque intentara hacer otras cosas o fingiera que las hacía, solo miraba, espiaba los ojos de la gente, las caras de 1os desconocidos, de los camareros de los bares y los dependientes de las tiendas, las caras y las miradas de los detenidos en las fichas. El inspector buscaba la mirada de alguien que había visto algo demasiado monstruoso para ser suavizado o desdibujado por el olvido, unos ojos en los que tenía que perdurar algún rasgo o alguna consecuencia del crimen, unas pupilas en las que pudiera descubrirse la culpa sin vacilación, tan solo escrutándolas, igual que reconocen los médicos los signos de una enfermedad acercándoles una linterna diminuta.”
(Plenilunio



     ¿Has leído algo de él?

No hay comentarios:

Publicar un comentario