domingo, 22 de febrero de 2015

La cuestión es... Personajes. ¿Perfectos frankensteines o a la libre?



      Mucho se ha dicho y escrito acerca de la creación de personajes: presentaciones, descripciones, que si por su nivel de intervención o importancia (principales, secundarios, estáticos, dinámicos, portavoces...), que en dependencia a la imagen que trasmiten (arquetipos, estereotipos...) o a su caracterización (planos, redondos...), siempre definiendo en forma acartonada algo tan complejo como lo es ser actor en una narración. Porque los personajes son eso precisamente: actores, seres vivos dentro de su mundo de papel (o de plasma, si nos referimos a los medios electrónicos) y no letras o descripciones. Cuando vemos a alguien en los pasillos de la oficina no decimos: allá va Lucía, esa chica guapa que anda por la vida en su rol secundario, con un estereotipo de "lista" y una caracterización plana, porque ni sube ni avanza, vistiendo su omnipresente traje sastre gris de rayas finas y tres botones, el último suelto, por cierto, y sus zapatos cerrados, de punta fina y tacones en aguja, algo despostilladas por culpa de las aceras. Tal vez diríamos: allá va Lucía, tan guapa como siempre. Tiene todo para subir en la Compañía y no lo hace ¿qué le pasa? O: Madre mía, Lucía. Está como quiere. No entiendo por qué no avanza... Y de allí se desprenderían un sinfín de pensamientos en todos los tonos y sabores. O, más bien, nos desharíamos de su imagen por completo sin darle mayores largas (recuerden: secundaria, estereotípica, plana).

      Regresando al título de la entrada, y la razón de estar aquí escribiendo, uno debe ver los personajes, sí, pero también debe olerlos, sentirlos, escucharlos, paladearlos. Los personajes deben andar por la vida con un propósito y un sentido y evolucionar. En una isla agreste y remota, solo, si no evolucionas, despídete, estás perdido. En lo blanco del papel, de la página uno a la última, si el personaje no evoluciona, despídelos, tanto el personaje como el relato están perdidos. No describas, muestra; no clarifiques, matiza. Son algunas de las indicaciones que en la mayoría de los talleres se puntualizan. Cuánta razón. A mi modo de ver, los personajes, más que irse por la libre y a toda velocidad, requieren de un armado paciente y preciso que los vuelva humanos y, ¿por qué no?, cercanos. Unos perfectos frankensteines que hagan que cualquiera al leerlos evoque: "Se parece a mi tío Juan o al vecino de al lado". "Caramba, así reaccionaría mi hermana, o mi pareja, o mi compañera de trabajo". "Soy yo, soy yo, o tú, o ellos". Unos seres emocionales, verosímiles y reactivos, y no solo palabras masticadas (aunque de las palabras hayan surgido). Para mí, los personajes merecen cariño y respeto... Y también ganarse su derecho a permanencia en los relatos con el sudor de su esfuerzo, capítulo a capítulo, o ya verán en los recortes finales. Les toca a ellos defenderse.
       Y tú ¿qué opinas?

1 comentario:

  1. Excelente artículo, Miguel Alberto. Los escritores acabamos convirtiendo a nuestros personajes en personas completas y auténticas que ya siempre nos acompañarán, pues tan importantes son para nosotros. Solemos distinguirlas de las personas reales (mientras sigamos cuerdos ;). Cuando conseguimos plasmar este hecho, la literatura fluye porque hay verdad en ella.
    Saludos de V.Mock.

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